H ace más de una década, estudios en materia de educación en valores y actitudes informaban sobre la preocupación de los expertos por la evaluación del aprendizaje de los estudiantes, de la enseñanza practicada por el profesorado y de los propios proyectos y programas establecidos por las autoridades académicas, e insistían en que la evaluación de los estudiantes tiene que ser coherente con los objetivos propuestos. Igualmente señalaban la urgente necesidad de investigar alternativas a la evaluación tradicional que suministren nuevos criterios de evaluación, útiles para la enseñanza y el aprendizaje y recomendaban la búsqueda de instrumentos adecuados, válidos y fiables para aprendizajes que no son los tradicionales y normas de evaluación específicas para el marco de enseñanza: actitudes y valores.
Por su parte cada vez es mayor la importancia de la educación en los currículos escolares de todo el mundo civilizado, la evaluación de la dimensión actitudinal y axiológica de la enseñanza siendo una de las principales razones porque los estudiantes adquieren actitudes que orientan en determinada dirección su conducta y sus creencias. En tal sentido, en el lenguaje habitual, el término actitud tiene ciertas connotaciones de estado de ánimo, incluso morales o ideológicas, pero en el marco de la psicología social, sintetizando centenares de contribuciones, la actitud es un concepto que reúne tres elementos: Un conjunto organizado y duradero de convicciones o creencias (elemento cognitivo), dotadas de una predisposición o carga afectiva favorable o desfavorable (elemento evaluativo o afectivo), que guían la conducta de la persona respecto a un determinado objeto social (elemento conductual).
Así también, la disposición a favor o en contra del objeto de la actitud (elemento afectivo o evaluativo) es considerada por muchos autores lo más característico y propio de las actitudes, que las sitúa en el ámbito de los valores, las dota de capacidad para orientar la conducta de las personas y sugiere las connotaciones ideológicas; es decir, hace de las actitudes un constructo con connotaciones de motivación o guía de la conducta de las personas.
Por su parte cada vez es mayor la importancia de la educación en los currículos escolares de todo el mundo civilizado, la evaluación de la dimensión actitudinal y axiológica de la enseñanza siendo una de las principales razones porque los estudiantes adquieren actitudes que orientan en determinada dirección su conducta y sus creencias. En tal sentido, en el lenguaje habitual, el término actitud tiene ciertas connotaciones de estado de ánimo, incluso morales o ideológicas, pero en el marco de la psicología social, sintetizando centenares de contribuciones, la actitud es un concepto que reúne tres elementos: Un conjunto organizado y duradero de convicciones o creencias (elemento cognitivo), dotadas de una predisposición o carga afectiva favorable o desfavorable (elemento evaluativo o afectivo), que guían la conducta de la persona respecto a un determinado objeto social (elemento conductual).
Así también, la disposición a favor o en contra del objeto de la actitud (elemento afectivo o evaluativo) es considerada por muchos autores lo más característico y propio de las actitudes, que las sitúa en el ámbito de los valores, las dota de capacidad para orientar la conducta de las personas y sugiere las connotaciones ideológicas; es decir, hace de las actitudes un constructo con connotaciones de motivación o guía de la conducta de las personas.